A los padres nos cuesta admitir que nuestros hijos puedan padecer trastornos de índole psicológica o mental. Pensamos que este dictamen es un cuestionamiento de la crianza que estamos ejerciendo sobre ellos. Sin embargo, es una realidad a la que no debemos dar la espalda. Te comentamos algunos de los problemas psicológicos más frecuentes en la infancia y en la preadolescencia.
Algunas teorías sobre la salud mental le otorgan un papel decisivo a la infancia. Es el caso del psicoanálisis. Que sitúa en los primeros años de nuestra vida el origen de muchos trastornos que se presentarán más adelante.
Abordar los trastornos psicológicos en los niños es complejo. Requiere una actuación conjunta y coordinada entre el gabinete psicológico, la familia y la escuela. Remando todos en la misma dirección para que el niño pueda superar su problema.
Los psicólogos infantiles del Centro de Psicología Ánimus, un gabinete de psicólogos clínicos ubicados en el barrio madrileño de Barajas, dicen que a lo largo de su desarrollo los niños y los adolescentes atraviesan etapas que pueden dar lugar a dificultades de relación con los otros niños o dentro del propio sistema familiar.
Cuando esto sucede, desentendernos de la reacción del niño, pensando que es un periodo pasajero, que ya se le pasará, o culpabilizarlo por su actitud, puede ser perjudicial para el desarrollo del chico. Debemos afrontarlo. Es cierto que es una situación complicada de gestionar, pero para eso tenemos el apoyo de los profesionales.
La salud mental en la infancia existe, como existe la salud física. Estos son, según la Clínica Mayo, los trastornos psicológicos más comunes en la infancia:
Ansiedad.
Los trastornos de ansiedad en los niños tienen su base en miedos o preocupaciones difíciles de controlar y que les hacen reaccionar de una manera descontrolada ante determinadas situaciones. Son episodios de pánico que el niño sufre cuando se queda solo, cuando está a oscuras o cuando piensa que puede aparecer un peligro.
Algunos de estos trastornos tienen su origen en alguna situación traumática que ha vivido: malos tratos, bullying, un accidente, una pérdida de un ser querido. Puede ser que lo hayan vivido en primera persona o que lo hayan presenciado directa o indirectamente. Otras veces no es más que una asociación de ideas incorrectas que le llevan al niño a reaccionar de determinada manera.
Es importante que tanto los padres como el entorno se acostumbren a hablar con los niños. Que recojan sus preocupaciones y que se esfuercen por entender su sistema de razonamiento. Los niños están inmersos en un proceso de conocimiento y descubrimiento del mundo y de la vida. Si no conectamos con ellos, es difícil guiarlos para que aprendan a asimilar por sí solos la realidad.
Estas preocupaciones que tienen los niños hacen que no puedan participar en los juegos con otros niños, en la escuela o en actividades sociales. Entre los trastornos de ansiedad más frecuentes en la infancia se encuentra la fobia social, el trastorno de ansiedad generalizada (T.A.G.) y el trastorno obsesivo-compulsivo.
T.D.A.H.
Este es uno de los trastornos que más se dan en la infancia. Es una condición que hace que al niño le resulte complicado concentrarse en cualquier tarea que acometa. Ya no solo en la escuela, sino en todos los ámbitos de su vida. El niño puede tener la necesidad de hacer varias cosas al mismo tiempo y al final no realizar ninguna.
Aunque todos los T.D.A.H. no tienen la misma sintomatología, podemos decir que los niños afectados por este trastorno suelen ser bastante activos, actúan por impulso y son tendentes a la dispersión mental.
La comunidad de psicólogos coincide en señalar que el TDAH tiene un origen multicausal. Si bien sabemos que un 76% de los casos son de origen genético; es decir, un problema de nacimiento. Suele manifestarse entre los 3 y los 12 años. Es un trastorno neurobiológico que se basa en un déficit de noradrenalina y dopamina. Dos neurotransmisores del sistema nervioso central que, por un lado, les conduce a actuar de forma impulsiva y por el otro les complica el procesamiento de datos y el control de sus emociones.
Este es un problema ante el que actualmente no existe cura, pero se pueden controlar sus síntomas por medio de medicación (psico-estimulantes) y con terapia conductual, dotando al niño de herramientas para poder controlar su déficit de atención y su impulsividad.
Con un tratamiento controlado se puede conseguir que el niño afectado por T.D.A.H. pueda llevar una vida normal, tal y como concebimos la normalidad.
Trastornos de espectro autista.
Este un cajón de sastre donde se incluyen toda una serie de enfermedades neurológicas, que tienen origen genético (de nacimiento) y que afectan a la relación del niño con su entorno. En estas enfermedades se incluyen el trastorno autista, el trastorno de Asperger, el trastorno desintegrativo infantil y el Trastorno General del Desarrollo (T.G.D.). Cada una de ellas se puede dar con distintos niveles de intensidad y coinciden entre sí en que todas presentan anomalías dentro del cerebro.
Estos trastornos pueden detectarse entre los 2 y los 3 años de vida, y se manifiestan con un retraso del habla, dificultades para expresar emociones y comunicarse con los demás y un rechazo a los cambios de rutina.
Algunos expertos opinan que estos trastornos no son ninguna enfermedad, sino una condición, una forma de ser diferente. De hecho, estos niños pueden llegar a desarrollar determinadas aptitudes a un nivel superior respecto a los otros chicos de su edad. Como son el pensamiento lógico, la memoria y las capacidades organizativas, son niños metódicos.
En cierto modo, desarrollan una dependencia emocional. Necesitan estar en ambientes seguros y controlados para poder desenvolverse.
Estos trastornos se suelen tratar con terapias conductuales que dotan a los niños de recursos con los que trabajar sus habilidades sociales y suplir los déficits que pudieran presentar con respecto a su interrelación con los demás.
Dependiendo de la gravedad, un niño con estos trastornos puede terminar adaptándose perfectamente a la sociedad, cursar una carrera y trabajar como cualquier otra persona, siendo autosuficiente.
Trastornos alimentarios.
Trastornos como la anorexia nerviosa, la bulimia y el trastorno alimentario compulsivo suelen aparecer en las primeras etapas de la preadolescencia. Existe la idea equivocada de que su aparición viene motivada por un condicionamiento social. Por la influencia que tiene el culto al cuerpo en la sociedad actual. Esa asociación de la belleza con la delgadez.
Esta es una idea errónea. La mayor parte de los trastornos alimentarios tienen una base psicológica. Un rechazo del individuo a su relación con el entorno en la que él termina culpabilizándose. No le gusta lo que está viviendo, no le gusta como es y termina agrediéndose así mismo. Busca cambiar su imagen dejando de comer, haciendo cada vez más ejercicio o comiendo de forma compulsiva, para verse cada vez mejor, pero nunca termina de gustarse. Lo que le conduce a una dinámica autodestructiva.
Estos trastornos generan complicaciones físicas graves. Poniendo en riesgo la salud y la vida del enfermo. Es fundamental atender a este aspecto para estabilizar la salud del niño, pero no podemos olvidarnos del sustrato psicológico, que se encuentra en la base del problema.
Estrés postraumático.
El estrés postraumático en los niños se basa en un disgusto emocional que se manifiesta por medio de una preocupación persistente y la presencia de pesadillas y sueños aterradores recurrentes que perviven a lo largo del tiempo. Son consecuencia directa de algún episodio de violencia, abuso o situación traumática que el niño ha vivido o presenciado.
Generalmente, son situaciones difíciles de gestionar y requieren un tratamiento terapéutico prolongado para que el afectado lo pueda asimilar y superar. Con el riesgo de que esta situación le pueda dejar secuelas.
Este trastorno puede acarrear dificultades en el desarrollo del lenguaje, en las habilidades de razonamiento abstracto y suele generar un apego excesivo respecto a sus cuidadores.
Esquizofrenia.
Dice la página web Child Mind Institute que aunque la mayoría de los casos de esquizofrenia suelen aparecer en la adolescencia y en el comienzo de la edad adulta, la esquizofrenia infantil existe.
Podemos decir que es menos frecuente que la aparición tardía, pero suele presentar una serie de rasgos como es una evolución progresiva y lenta.
Una de las características de la esquizofrenia es la disociación de la realidad. El niño o el adolescente esquizofrénico tienden a volverse cada vez más solitarios, a relacionarse menos con los demás. También tienden a tener déficits de atención, ya que está más pendiente de sus estímulos internos (alucinaciones, pensamientos ilusorios) que a los estímulos externos.
Al no ser algo normal, en un principio, el enfermo reconoce esos pensamientos y los rechaza, pero con el tiempo terminan haciéndose habituales. Estos pensamientos pueden llegar a ser aterradores (personas que les quieren hacer daño, que les persiguen, sentimientos de venganza, etc.), lo que hace que el niño reaccione con episodios de ansiedad.
Como vemos, la salud mental de nuestros hijos es un tema importante al que debemos prestar atención. Si percibimos en ellos cualquier comportamiento poco habitual es recomendable acudir a un profesional.